Ludmila Arguello
Extraido de cmlz.org
"Soy afortunada de hacer algo que me apasiona”...
Joven contorsionista que vivió toda la vida en el circo y conoce ese mundo al detalle.
De su experiencia personal aprendimos los secretos de un universo único.
Nos transmitió pasión, alegría, libertad.
El circo es mucho más que lona y caños, y no lo verifico sólo cuando alguna tormenta impiadosa se lo lleva y destroza todo. Lo siento desde el mismo momento en que abrí los ojos y vi a esa multitud de seres convergiendo en un mismo espacio, compartiendo, disfrutando en libertad y sin saber qué vendrá luego cuando haya que desmotar e ir hacia un nuevo rumbo, itinerante, incierto.
No estoy acá, ya con 24 años, en esta casilla de hierro que es mi casa andante, en un anochecer más de un día agitado, tras una jornada extenuante e intensa, por fruto del azar. El circo corre por mis venas desde el instante en que mis padres me concibieron.
Papá desde pequeño hizo todo lo posible por ingresar en este mundo. Era una obsesión la que tenía y no paró hasta lograrlo. No fue fácil, ser parte implica transitar por cada una de las actividades que ponen esta fantástica rueda en movimiento: repartir folletos, manejar las camionetas, clavar estacas, armar la carpa, vender entradas y comida...empezar a esbozar algunos simples trucos de magia...con 15 años ya estaba dentro y no paró. Ahora está más metido en lo empresarial, en la administración del negocio, pero para ello, me enseñó, tuvo que aprobar el programa completo de materias. Él tenía -y tiene- una atracción admirable por el vértigo y en mis primeros recuerdos, lo veo montando en su moto cruzando alambres tensos a gran altura, uniendo edificios ante la atónita mirada de los transeúntes.
Lo de mamá fue distinto. Ella era una mujer de ciudad, común y corriente como decimos nosotros los que pertenecemos a este universo único del circo. De chica quería montar a caballo, en sueños se imaginaba brindando espectáculo a la gente, pero su vida fue para otro lado y un día, con una hija, mamá soltera, a los 27 años, no le importaron los prejuicios y se la jugó en búsqueda de cumplir sus deseos. Sencillo no fue, pero se hizo fuerte y al tiempo ya era una trapecista destacada.
Soy Ludmila Fernanda Arguello, contorsionista. Amo lo que hago. El circo es mi hogar. Esta noche que se me viene encima, tras un día agotadoramente feliz, es la pausa para experimentar la plenitud de ser libre. Y feliz, con una criatura latiendo en mi vientre, pidiendo ya salir.
Quiso el destino que mis padres se conocieran, hubo química, entendimiento y entonces, el amor. Vínculo sólido que se fue forjando en las funciones, los ratos compartidos, la comunidad de intereses en la existencia de este universo que va, muta, se reinventa y se rige por sus propias reglas. Normas que son ciertos límites para que luego fluya la creatividad, la visión personal, el estilo que quiera imponer el artista.
En el circo las familias crecen sin disgregarse. Unidas saltan de pueblo en pueblo, de provincia en provincia, repitiendo un ritual. Una vez instaladas, juntas conforman un barrio como cualquier otro alrededor de la carpa que todos ayudamos a montar y desmontar. El circo es una rueda que gira; nuestra responsabilidad es tirar armoniosamente.
De nosotros, de nuestras costumbres, se sabe poco creo, y a veces siento que ese desconocimiento abre conjeturas que nada tienen que ver con la realidad. Yo no me lo pregunto tanto, de todos modos. La vida me trajo al circo naturalmente. Podría no haber pasado. A mis hermanas, por ejemplo, no les gusta. La mayor es técnica gastronómica y a la menor le tira el arte y ya está buscando universidad donde anotarse. Nuestros papás fueron sabios con nosotras, porque nos dieron libertad para elegir. Es más, mi mamá quería que yo tuviera una vida "normal", pero una vez que comprendió que yo era plena acá me alentó siempre.
Mi nena se va a llamar Amelie, y con ella voy a hacer lo mismo. Si decide tomar otro rumbo, no será un problema, buscaremos con mi marido el modo para acomodar las cosas y seguir adelante.
De algo estoy segura: voy a estar cada minuto a su lado. Eso es una certeza en esta atmósfera particular. Cierro los ojos y lo veo clarito: yo, una criatura detrás del escenario, mamá me despide con un beso, desaparece, escucho el silencio, luego los aplausos y ella vuelve para abrazarme y decirme que me quiere. Es mi placer favorito a la hora del recuerdo y será la dicha que experimentaré desde el instante en que Amelie salga de mi panza.
Hoy terminé un poquito cansada. No es para menos. Si todo sale como esperamos, el parto será luego del día del niño. Hasta esa fecha es todo un maremoto de tareas: salgo a la calle a hacer publicidad, soy la coordinadora del espectáculo, tengo mi propia rutina en el escenario y me paso horas en la puerta atendiendo al público. Mucho, desgastante. Llego fundida, pero con una sonrisa enorme de payaso. Caeré molida a la cama pero ansiando que mañana me depare los mismos sentimientos que me hacen elegir esta vida sin dudarlo. Con la vuelta a las clases, iremos a otro sitio, una semana, funciones viernes, sábados y domingos; y de ahí enfilaremos con nuevo destino, y así sin parar hasta diciembre. En el medio del circo lo llamamos tumba y pare. Como decía antes, una rueda que no se detiene. Perdón, me rectifico: un mes del verano hay un freno, el único. Es entonces momento para regresar a mi casa de Don Torcuato, doble piso, habitaciones para todos, comodidad, abundancia. La verdad: prefiero mi pequeña casa rodante donde estoy ahora, tengo el baño cerca y no necesito pararme para apagar la luz. Con eso basta.
Mi primer trabajo en el circo fue a las tres años. Hice de Pinocho y el sketch era muy bonito y divertido. A veces, cuando no se montaba la carpa, salíamos de gira con la familia para hacer obras en teatros del país. Mi mamá me iba a buscar al jardín a las cinco del viernes y a la noche quizás ya estábamos en Rosario, el sábado en Santiago del Estero y el domingo en Tucumán. Una hermosa locura cubriendo las rutas en micro. Ahí se me inoculó esta energía que no me permite quedar quieta nunca. No puedo vivir estable.
El circo para mí no tiene precio. Si fuera por el dinero hubiera elegido otro destino. Estudié, soy licenciada en Publicidad. En mi oficio de contorsionista debo tener aptitudes porque oportunidades de progresar en otros ámbitos no me han faltado. Hasta noviembre del año pasado, por caso, estuve en México, cerrando una etapa extraordinaria como integrante de una compañía del Cirque du Soleil. Quise probar y me tomaron. Imaginen el contexto: Puerto Vallarta, un show estable montado en el medio de la selva, precioso, casi sin luz artificial, iluminado con velas. Me daban todo, me pagaban para entrenar y hacer las contorsiones en mi número de un par de minutos. Dirán qué lujo, dónde hallar algo mejor¡¡¡ Muy lindo pero yo extrañaba mi circo. Y me volví.
Pero me volví con pareja y nuevos proyectos. Mi marido es acróbata y en México iniciamos esta relación bendecida por esta nenita que respira y me da pataditas de vez en cuando. Nuestra familia deberá acomodarse, en esos preparativos estamos. No nos asusta nada. Amelie crecerá en esta vida tranquila y también bullanguera. Los nenes, sépanlo, se acostumbran al ruido. Por suerte, los circos han evolucionado respecto del pasado. Antes eran más precarios. Ahora son mejores y además aumentaron en cantidad. Debe haber unos 150 de gira durante el año en la Argentina. Y aunque parezca mentira, no hay un sindicato que organice gremialmente la actividad. En mi circo, el Sathany, trabajamos 50 personas, poca cantidad si tenemos en cuenta la dimensión de las instalaciones. Igual nos arreglamos, con esfuerzo, eso sí. Acá no se para nunca. Por eso siempre digo que este oficio no es para todo el mundo; el sacrificio diario lo confirma. Y lo que uno deja al margen también: reuniones sociales, fiestas, salidas, cumpleaños, asados del domingo...
Insisto, no lo cambiaría por nada. El circo es mágico porque no te encierra, no te encasilla, te deja expresar sin restricciones, en el marco de un cierto protocolo y orden te ofrece ser libre durante tu rutina en el escenario. Qué más pedir¡¡ El circo es mágico porque te aísla de la cotidianeidad, porque en él ningún día es igual. En su corazón late lo imprevisto.
Por eso me imagino aquí mientras la vida me lo permita. En contadas ocasiones me detengo segundos a pensar: “y si busco un trabajo tranquilo, en una oficina”. Pero dura eso, segundos. Siempre prefiero estar acá, incluso en medio del barro armando la carpa como chanchos con los muchachos. Está en mi sangre.
Soy afortunada de hacer algo que me apasiona, que da sentido, es una bendición. Cuando me atraviesa algún disgusto o me hago mala sangre por tonterías, freno y me digo: agradecé.
E inmediatamente miro al cielo, cierro los ojos, y me recargo en el aplauso que al otro día, mañana, llegará cuando termine mi tarea. Ese aplauso, les cuento, es algo intransferible. Aunque no el único, es un gran combustible que te llena. Es, digamos, como ese abrazo que te da la persona indicada cuando estás triste.
Más de lo esperado
Sobre el mundo interior del circo se conoce poco. Los que lo hemos visto siempre por fuera, o al menos desde una butaca en plena función, es más lo que imaginamos que lo que sabemos. Quizás allí radique la magia: en el misterio. Desde La Revista nos propusimos el objetivo de abrir el telón al menos el margen suficiente como para responder ciertas inquietudes, desentrañar suposiciones y, más que nada, empatizar con su gente, con aquellas personas nómadas que van de lugar en lugar brindando alegría y diversión.
Nos contactamos entonces con las autoridades del circo Sathany, cuya carpa está montada frente al Coto de Temperley y estará abierto allí hasta el día del niño. Trasladado el propósito, sus autoridades nos citaron para hablar con una joven mujer, contorsionista. Lo cierto es que habíamos pedido entrevistar a un cirquero con años de antiguedad, con el bagaje a cuestas como para saciarnos con anécdotas, información y datos. Nos respondieron que Ludmila Arguello, con apenas 24 años, iba a deleitarnos con su historia.
Se quedaron cortos.
En menos de un hora, lo que más hicimos fue escuchar, con sorpresa y conmovidos, esa vida particular que ella desde chica mamó viendo a sus padres hacer piruetas por el aire, jugar en el vértigo...
Ludmila nació y se educó en este proyecto familiar errante. Ni bien pudo pararse y caminar, se subió al escenario, y de ahí en adelante ha transitado por cada rincón del circo. Por eso sabe cómo es ese universo de relaciones fraternales, de comunión de trabajo, en donde hay libertad dentro de un marco de reglas básicas.
Nos explicó cómo ha evolucionado el oficio, nos dijo que los payasos, los buenos, tienen un don especial para exorcizar sus dolores y convertir esa pena en luz de felicidad para los chicos. Supimos que justamente los más pequeños se acostumbran al ruido del circo y que algunos, ya siendo grandes, eligen buscar otros destinos sin que eso sea una carga para ellos o para los padres. También nos dijo que hay una ley promovida por Eva Duarte que permite que las escuelas acepten temporalmente a los niños en las aulas mientras las familias se van desplazando en su raid anual.
Por Ludmila nos enteramos que hay más de 150 empresas recorriendo el país con sus espectáculos, que no hay un gremio que regule el oficio -que lo hubo pero se desintegró-, y que las condiciones de trabajo y servicios para la gente han mejorado sustancialmente.
Cuando terminamos la charla, nos quedamos con una sensación de plenitud. No por la información ni los conocimientos aprendidos. Sino por la energía positiva y la pasión que Ludmila nos regaló en una mañana fría de julio. Salimos del predio entusiasmados, y agradecidos. El de ella es un ejemplo saludable. En unas semanas nacerá Amelie, la beba que crece en su panza desde hace más de ocho meses, y seguramente guiará a esa criatura con los preceptos, costumbres y tradiciones propias del circo. Lo hará y llegado el momento, respetará la decisión que tome. Por supuesto, tratará de que la niña siga sus pasos. Para ello le dirá: "Amelie, cuando termines la función y exhales el último suspiro, vendrá el aplauso. Y entonces sentirás que el esfuerzo vale la pena".