CIRCO HERMANOS RIVERO por Diana Rutkus
Aldo Rivero, de 91 años de edad, es con quien suelo tener charlas telefónicas para seguir escuchando y recopilando relatos sobre el viejo circo tradicional. Circos de carpa de lienzo, en sus inicios y de lona más tarde; los que recorrían las rutas argentinas y a veces visitaban los países vecinos. Circo con animales también. Familias enteras que viajaban durante décadas armando y desarmando la carpa, acondicionando sus aparatos para realizar los números artísticos, ensayando, re-inventándose.
Fue Aldo quien me prestó los rollos de 16mm. de su filmación del circo en 1958 y que forma parte del documental que realicé junto a Andrés Habegger, “Cirquera”. Aldo desde niño trabajó como artista en la compañía familiar. A los 5 años conducía una pequeña motocicleta dentro de un cesto sin fondo que se colocaba a gran altura en el centro de la pista cerca del llamado Globo de la Muerte, dentro del cual sus tíos adultos ingresaban con motocicletas y se cruzaban entre ellos a toda velocidad.
Además de artista circense, siempre fue muy curioso y creativo; se interesó por la pintura, la fotografía y también por el cine: cuando en 1958 Miguel Morayta filmó en su carpa la película “La Venenosa”, Aldo no dudó en comprarse una cámara, filmar realizar su propio montaje para obtener escenas de la vida dentro del circo que de otro modo no existirían. Es también el hombre que guardó cada recorte, revista, diario, programa, y sobre todo fotografías en donde encontramos no solo a los representantes de su familia sino a la gran cantidad de artistas que son parte de nuestra cultura artística. Muchas de las fotos que yo tengo en mis archivos son copias de las que él tiene en su varios álbumes.En aquellos días de 2011 en que filmábamos el documental me contó historias increíbles como aquella que relatara su madre, Libertad, acerca de los viajes del circo navegando el río Paraná.
Así es: en el año 1928 el Circo de los Hermanos Rivero recorría el río sobre dos embarcaciones propias en donde trasladaban todo, desde la carpa hasta los animales y las casillas rodantes.
Libertad relata diversos episodios vividos por la compañía a lo largo de los años y, sin duda, el que más me impactó fue el del circo navegando. Cuenta Libertad en “Bajo la carpa del circo. Cómo somos y cómo nos ven” en el capítulo Navegando en embarcación propia: En el año 1928 estuvimos actuando largo tiempo en la ciudad de Resistencia, Chaco. Después Corrientes y Barranqueras, donde compramos dos embarcaciones, una de pasajeros para la compañía y la otra tipo remolque para transportar el circo, animales y demás. Para ello contratamos un Práctico, correntino el hombre… y a dos expertos marineros. Mi esposo [Alejandro Rivero] hacía las veces de maquinista, pues aparte de ser artista era y es un excelente mecánico.
La euforia cundía entre todos nosotros, según los preparativos, parecía más bien que navegar cuatro o cinco días, debíamos cruzar la inmensidad del mar. Pues viajar en embarcación propia era algo fuera de lo común en la historia circense. Nos hicimos la señal de la cruz e invadimos la embarcación, ésta en breve balanceo como quien mueve la cabeza, inclinó varias veces su proa, como diciendo: ¡ay dios mío, lo que me espera con esta gente! Levamos anclas y partimos; todo era tan nuevo tan inusitado al menos para mí, que era mi primer viaje después de casada, en fin, todo nos parecía maravilloso. Y realmente lo era. Nos sentíamos dueños y señores del mundo, del mundo de la farándula, de ese mundo que tanto nos envidiaban los apacibles habitantes de los pueblos, de las ciudades. Nosotros éramos felices y libres como los pájaros. Poníamos proa al viento y salíamos sin rumbo fijo para anclar en el lugar que más nos agradara, a marcha lenta pero segura, sin apartarnos mucho de la costa.
Salimos rumbo a Formosa en un esplendoroso día de enero, demoramos varios días en llegar a destino, acompañados por hermosos amaneceres y hermosas puestas de sol, con sus rosados crepúsculos, sus islas salpicadas de humildes viviendas, sus moradores con sus inseparables y pequeñas canoas, sus márgenes poblados de yacarés de todos los tamaños. Todo aquello era extraordinario, hamacados por el suave balanceo y arrullados por el trinar de las aves. Después las estrellas, la luna alumbrando nuestro paso, acariciados por la fresca brisa, los cabellos batiendo en bandera en un saludo de amor y respeto a nuestra incomparable y querida Patria y a la bóveda azul de la inmensidad, por todo eso que nos daba. Y así, mancomunados en un mismo destino, nos sentíamos más buenos, más compañeros, más solidarios, como si realmente fuésemos integrantes de una misma familia; los contratiempos y las compensaciones eran compartidas por igual, ya que la suerte de uno sería la de todos. Éramos tripulantes de una misma barca y así, cantando y riendo, seguíamos nuestra marcha, aunque sin descuidar el paso del “Paquete” (vapor de pasajeros con avance de paletas laterales) que a su paso nos tenía a mal traer por las profundas ondulaciones que provocaba en el agua. También le temíamos a las tormentas; cuando alguna de ellas se aproximaba costeábamos de inmediato y fondeábamos para mayor seguridad y, ya en tierra, nos olvidábamos de esos sustitos y nos abocábamos de lleno a nuestra misión específica, distraer y divertir a la gente. En ese tiempo llevábamos primera y segunda parte: animales amaestrados más números acrobáticos y obras de teatro.
Terminada la temporada retornábamos nuevamente a nuestras embarcaciones para continuar nuestro derrotero en busca de nuevos pueblos, nuevas ciudades y nuevos aplausos.Hoy recuerdo aquellos tiempos embargada por la emoción y doy gracias a Dios por haberme deparado la gracia de conocer por intermedio de un circo todo aquello que fuera de él, no hubiera conocido jamás.Y ese fue mi primer viaje en lancha, temerosa primero, confiada después, sobre cubierta, como queriendo abarcar de un solo vistazo todo aquello tan grande, tan bello, tan divino, tan maravilloso. Si hasta el río Paraná, viendo surcar sus aguas a dos frágiles embarcaciones, llevando en su interior a un puñado de hombres, mujeres y niños contento y confiados, quietó su correntada y trató de mantenerse lo más serenos posible permitiéndonos llegar a destino saboreando las delicias de su trayecto en un viaje inolvidable.
Al terminar de transcribir las palabras de Libertad S. de Rivero, siento una gran emoción y agradecimiento por quienes me han confiado sus historias cirqueras para intentar que sigan siendo recordadas por generaciones que no conocieron el circo de los siglos pasados.
Diana Rutkus.
Sebastián Suárez, bisabuelo de Aldo Rivero y tatarabuelo de Diana Rutkus, fue uno de los primeros en levantar una carpa de circo con artistas argentinos en Buenos Aires. Nacido en 1840 en una embarcación en aguas de jurisdicción brasileña, creció en Buenos Aires y en 1852 visitó en Retiro al Circo Olímpico presentado por Juan Lippolis. A pesar de lo convulsionado de la época, decidió en 1860 armar una carpa juntando bolsas de arpillera y cosiéndolas entre sí. Lo llamó Circo Flor América.Sebastián se casó con Dolores Tissera y tuvieron 9 hijos. Una de ellas, Etelvina, contrajo enlace con Alejandro Rivero quien continuó con el circo de su padre que pasó a llamarse en 1895 Circo Unión y, más tarde, Circo de los Hermanos Rivero.
Al cierre de esta edición nos encontramos con la lamentable noticia del fallecimiento de Aldo Rivero, le dedicamos este número a su memoria.